lunes, 16 de febrero de 2009

Historias del Parque Sarmiento

Siempre me gustó el Parque Sarmiento. El pasto y el lago verde. Los bancos blancos en la Av. Del Dante. La bandera argentina llena de tierra.

El parque de diversiones. Una vez fui a los autitos con mi viejo y mi hermana. Y cuando salimos nos comimos un algodón de azúcar. Rosa era. Lo que más me gustaba de esos algodones es que me parecia estar comiendo una nube dulce. Al tren fantasma fui una sola vez. Lo único que daba miedo era el golpe que hacía el carrito al chocar las puertas. ¡Blam!

Una tarde fui con mi primo, el menor, a tomar maté al parque. Caminando llegamos a un alambrado que daba al zoológico. Saltamos el alambre y nos metimos de canuto entre los matorrales. Teníamos la ropa llena de abrojos y olor a chancho. Cuando bajamos al zoo, dimos justo arriba de la jaula de los pumas, que nos miraban con ganas de hacer lo mismo, pero al revés.

Años más tarde volví al zoológico con mi hermana y mi hermanito, éste de unos 4 o 5 años por aquel entonces. El estaba caminando por una pequeña pirca de piedras, agarrado de mi mano. Se frenó, me abrazó y susurró: "Te quiero mucho". Fue la primera vez que me lo dijo. Nunca olvidaré ese instante.

Mis viejos nos llevaron un día a un descampado cercano al Lawn Tenis. Nos sentamos en ronda sobre el pasto y nos dijeron a mi hermana y a mí que se separaban. Nunca vi sus miradas tan tristes. Nunca vi tan desorientada la de mi hermana. Nunca pude recordar como me sentía.

En el rosedal vi una mujer sentada sola en un banco. Con una mano sostenía una margarita y con la otra se limpiaba las lágrimas.

En el teatro griego, vi una mujer y un hombre haciendo no se que cosa con los pantalones en los tobillos.

En algún lugar del parque, le enseñé a mi hermana a estacionar. Había un Fiat Uno rojo. Puse una bolsa de basura a cinco metros del Fiat, y otra a diez metros de ésta; como para que entrara un Scania. Un hombre que pasaba corriendo por ahí la vio maniobrar. Se detuvo, fue hacia el Fiat y lo alejo diez metros más. Se volvió hacia nosotros; “por las dudas”, dijo sonriendo.

Todas las mañanas atravesaba el parque para ir al colegio Gobernador Alvarez. Me gustaba ir con tiempo para caminar despacio mirando las copas de los árboles y llenarme los pulmones de olor a eucalipto cordobés.

Al lado del lago, una chica de la escuela más grande que yo, me metió la lengua en la boca. Yo no sabía que hacer para disimular la entrepierna.

Dentro del lago, en uno de esos botes a pedales, una novia me dijo que yo era todo lo que esperaba de un hombre. Y eso que todavía no me crecía el bigote.

A veces iba al parque a correr. Lo mejor era ir lento y dejar pasar a la chicas del IPEF para mirarles el culo.

¿Cómo se llama la calle La Viborita? En realidad no quiero saberlo.

Una mañana, con unos compañeros nos hicimos “la chupina” del cole. Nos fuimos al lago a comer criollitos. Les dimos las migas a los patos y meamos todos juntos mirando en dirección a la escuela.

Pero sin dudas, lo mejor del parque estaba en el Ministerio de Agricultura y Ganadería y Recursos Renovables, frente al Dante. Mi vieja trabajaba allí. Algunas veces iba a visitarla a la salida del cole. Ella me esperaba con un pancho y una coca cola, que yo me comía en su laboratorio mientras la observaba orgulloso, como vestía su guardapolvo blanco.

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